El Premio de Correos y Mensajería
Debra A. Daniel
mi padre gasta
la noche perdida
en el pantano de Santee
Imagina los sonidos, los correteos, los estremecimientos
de animales nocturnos alimentándose entre las rodillas de los cipreses.
Imagina la oscuridad plana y negra desapareciendo
todo sólido en un estremecimiento incierto de arenas movedizas.
Piensa en un pequeño bote sin pintar, un motor que chisporrotea,
un hombre alto y delgado solo con un búho y un caimán,
arrepentimiento y repercusión molestando un tirón húmedo
a lo largo de la pierna de su pantalón. No pudo encontrar su camino
y durmió allí en el pequeño bote, temeroso de pisar uno
pie en la orilla inestable.
Solía contarme historias del Zorro del Pantano,
repetir cuentos de estancias astutas en el pantano
remansos secretos, se burlan de cómo los soldados británicos,
superados en maniobras, se encontraron sin punto de referencia,
sin nada que supieran estar seguros.
El Zorro del Pantano se rió mientras les daba a esos Casacas Rojas
la evasión, dijo mi padre, los hizo tontos
una y otra vez. Mi padre sabía cómo era
perderse en esa vívida oscuridad, cómo se sentía esperando, esperando
para que la luz del día encuentre el camino de regreso a alguien
que se sentaría en sus rodillas y escucharía lo que
se convertiría en la leyenda de su propio regreso.