Fuera de la fábrica de mayonesa
encaramado en una mesa de picnic
en la sombra flacucha de un
álamo, Cora fuma, suspira.
A ella no le importa la línea ruidosa,
la redecilla llena de sudor, o
La cháchara de Guiermo, siempre y cuando
como ella recibe este momento con un
cigarrillo, como tiritan las langostas
arriba, para visualizar con precisión
una opción en el tablero del menú
del Restaurante Gran Muralla
con sus fotos descoloridas de cada
plato, como si tu comida fuera
traído al vapor de los años 70
cuando Cora también estaba fresca y caliente
como la chica del mostrador de la Gran Muralla
en sus jeans de tiro bajo, con ella
redonda, cara de muñeca al ras de la
el calor sofocante de la freidora, y cuando
pides familia feliz
la niña brilla abundantemente
sonrisa, una cadena de lámparas de papel
brillando en una noche de verano.
Pequeños recipientes de delicia:
comida para llevar, un paquete de cigarrillos,
la esbelta sombra de un árbol,
y dos palabras que te salvan la vida.
Comentario del juez:Realmente me encantó cómo "Familia feliz" se movía a través del tiempo y el espacio, incluso cuando se centraba en un momento, un elemento del menú, un recuerdo: la forma en que la comida es más que comida, es deseo mercantilizado, es memoria, es nostalgia. El poema es a la vez condensación y expansión, y está obsesionado por el malvado juego de palabras del título.
Menciones honoríficas:Ann Herlong-Bodman; debra daniel